Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956)
No sabemos por qué, pero sucede.
Una niña perdida vuelve a casa.
El cielo se abre en dos, y nos acoge.
Los muertos nos susurran al oído.
Un testigo prefiere la verdad
al dinero o la calma. Un ambicioso
rechaza la injusticia provechosa.
En una celda inmunda, un pobre diablo
se niega a delatar a un compañero.
Una mujer y un hombre -o bien dos hombres,
o dos mujeres- se aman hasta el fin.
Y una familia entera, en la cámara
de gas, se abraza y da gracias a Dios.
Una niña perdida vuelve a casa.
El cielo se abre en dos, y nos acoge.
Los muertos nos susurran al oído.
Un testigo prefiere la verdad
al dinero o la calma. Un ambicioso
rechaza la injusticia provechosa.
En una celda inmunda, un pobre diablo
se niega a delatar a un compañero.
Una mujer y un hombre -o bien dos hombres,
o dos mujeres- se aman hasta el fin.
Y una familia entera, en la cámara
de gas, se abraza y da gracias a Dios.
Llueve y llueve en mitad de un gran desierto.